Puedes suscribirte a El Guerrillero en Spotify, Apple Podcasts, iVoox, o en tu reproductor de podcasts favorito.
Víctor: “Y estábamos en uno de esos cuando fuimos detenidos. El 22 de Octubre de 1986.”
Almudena: “Pero que te, te pegaban, te preguntaban, te interrogaban…”
Víctor: «No, primero te golpeaban, golpes de puño, pie, y luego preguntándote cosas. Y así estuve.”
Almudena: “¿Cuánto tiempo, cuánto duró?”
Víctor: “No sabría decirte. Porque uno pierde como… Sí, pueden haber sido horas.”
Almudena: “¿Pero y cómo es el dolor, hay un momento en que es insoportable?”
Víctor: “No, el dolor es insoportable, tú piensas que se te van a quebrar los huesos, que vas a… Es como indescriptible, en el sentido de que llega un momento en que tú dices ‘prefiero morir’.”
Almudena: “¿Cuándo empezáis en la cárcel a pensar en un plan para escapar?”
Víctor: “Desde el primer día. Y como a las diez de la noche sentimos un estruendo inmenso. Una bomba. Y nos llamó la atención.”
Almudena: “Y dónde encuentras el túnel”..
Víctor: “En una celda, de la galería cinco y seis, tu abrías la puerta y a la derecha, en la misma… en la columna, ahí, estaba la entrada del túnel.»
Víctor: «Avanzando, avanzando, avanzando, yo voy pensando que… Que me da lo mismo dónde salgamos. Salimos.”
Víctor: “Y ahí ocurre algo, que yo me pongo en el medio de la Alameda, en el medio como, no sé, los Campos Elíseos aquí. Y levanto los brazos (risa)… Y mi amigo me sigue… ¡Libres!”
EL GUERRILLERO, UN PODCAST DE ALMUDENA ARIZA Y YES WE CAST.
EPISODIO 6: SIGAN AL BURRO
Almudena: “Víctor, quinto día. Te escucho (risas).»
Víctor: «Me escuchas… 30 de Enero de 1990. Amanezco en libertad, después de casi cuatro años de prisión. Algo… Que no se puede, no se puede narrar, de verdad. El sentimiento de… Es decir, hay que estar privado de libertad para poder entender qué es lo que uno puede sentir cuando logra la libertad. Y sobre todo, cuando uno no sale por la puerta ancha que llaman, sino que sales cumpliendo lo que todo preso, ya sea común, político, lo que sea que esté privado de su libertad, que es el sueño de evadirse, de fugarse.”
Almudena: “Y qué es lo que apetece hacer, o apetece ver, qué es lo que más apetece cuando uno tiene esa sensación, o qué querías hacer tú.”
Víctor: “En lo personal lo único que, la única sensación y lo único que yo quería era continuar la lucha.”
Almudena: “Pero en ese momento tendrías también el deseo personal de hacer algo. De ver a tu hijo, de ver a tu familia, de salir a correr… A eso me refiero. ¿Cuáles eran tus necesidades, al margen de la organización política y de tus ideas, en qué pensabas en ese momento? ¿En respirar, en salir al campo?»
Víctor: «No, de verdad. Te mentiría si en ese momento la gran preocupación era de que no… Es decir, nuestra libertad. Todos los del atentado contra Pinochet estábamos en libertad. Y el enemigo nos buscaba pero pfff… Tú no te puedes imaginar cómo… A pesar de estar ya en una pseudodemocracia, pero cómo empezar… Lo único que yo no pensaba era estar cerca de mi familia, yo era un peligro para ellos. Lo que sí nos interesaba era estar en manos de mi otra familia, que era mi organización. O sea, volver a la clandestinidad.”
Víctor: “La organización toma una determinación de sacarnos del país. Y no encontraron mejor solución que sacarnos como una columna guerrillera cruzando la cordillera de los Andes. Eso puede sonar muy bonito, lo de columna guerrillera y cruzar la cordillera de los Andes. Bueno, la cordillera de los Andes yo la conocía de pequeño, que siempre uno la dibujaba en el lado chileno, dibujaba dos cerritos, el sol que salía y detrás de eso estaba Argentina. Pues bueno, la cordillera de los Andes tiene tres cordones montañosos, el lugar llega a ser entre cien y ciento cincuenta kilómetros de ancho. La separación entre Chile y Argentina no es ese cerrito, es…”
Uno de los compañeros del Frente les dice que hay gente que les está esperando al otro lado de la frontera con Argentina. Y que tardarán unos cinco días en cruzar la cordillera.
Víctor: “No, cinco pero… A caballo, y nosotros lo único que no tenemos son caballos.”
Y apenas les dan una bolsa de mano con algunas provisiones para el camino.
Víctor: “Bueno, dice, un kilo de azúcar por persona, unas cinco tabletas de chocolate, un kilo de sal, té, café… Por persona, son… Lo que nos espera son mínimo diez días.”
Y les falta otro elemento importante: Armas. Hasta que otro compañero aparece a última hora.
Víctor: “Lo más significativo fue que venía con unas cajas llenas de uvas. Nosotros dijimos ‘pero cómo vamos a comer uvas’. Y no, ahí venía armamento largo. Él se las había ingeniado, porque dice ‘yo pensaba que venían todos con…’. Pero lo significativo es que él se empezó a reir y dijo ‘no sé cómo lo van a hacer, porque el que agarre un fusil cómo lo va a hacer con su bolsa’. Y ahí empieza nuestro calvario que finalmente dura 13 días.”
Es Marzo de 1990. El grupo se enfrenta a la presencia de patrullas policiales en la zona y a un enemigo mucho más peligroso: El final del verano y la llegada del frío. El camino parece no terminar nunca.
Víctor: “Como a la semana, llegamos al punto… Además lo simpático es que nosotros de repente vimos y decía ‘frontera’. Un monolito, un mojón que de un lado decía Chile, y del otro Argentina. ¡Ah, estamos libres, estamos libres! Y nuestro hermano el guía dice ‘como en diez kilómetros más vamos a volver a estar en Chile porque la frontera no es recta, tiene curvas’ (risas)”.
El guía, al que el grupo llamaba “El abuelo”, era un viejo militante comunista que conocía la zona porque ya había huido de Chile en tiempos de Videla. Junto a él su caballo, otros familiares con sus monturas, y algunas mulas y burros que llevaban a pastar a los prados de la zona. El abuelo está preocupado porque ya van con retraso, y los contactos al otro lado de la frontera no van a estar esperando eternamente. Hay que darse prisa.
Víctor: “Y empezamos a caminar, a caminar, y cada vez se notaba que íbamos cada vez por algunos lugares muy altos. Y mucho más frío. Y de pronto, eso se cerró. Se cerró. Cerrarse, como empezar a no ver, a las cuatro de la tarde todo negro. Y de pronto empezó a nevar. Empezó a nevar y empezó a desaparecer el camino. Y las distancias se fueron acortando en el sentido de que ya yo veía a alguien que iba a cinco metros, y después de cada uno se fue… Ya llegó un momento en que íbamos todos tomados de la mano. Ya no veíamos absolutamente nada, no sabíamos para dónde íbamos, nada. Y de pronto, pum, caímos. Nos despeñamos. Nos despeñamos. Rodamos, rodamos, rodamos, rodamos…»
Almudena: «¿Todos?»
Víctor: «Todos los que, por lo menos habíamos… Había uno nuestro que iba a caballo que después sabemos que iba detrás del abuelo. Detrás de ellos iba el burro, la mula, y ellos… Pero los que íbamos tomados de la mano, que éramos seis, o más… Lo único que sé es que yo rodé, rodé, rodé, rodé… Y empiezo a escuchar los lamentos de Milton, hermano. ‘Me quebré la pierna, me quebré la pierna’. Pero yo de contento de verlo me tiré encima, ‘estás vivo’, sí, pero hay que empezar a buscar a los otros.»
Almudena: «¿Y de qué altura habíais caído más o menos?»
Víctor: «No sé… Trescientos metros, por lo menos. Yo creo que era más. Pero era inmenso y nos despeñamos… Bueno, se muere la mula. Se murió. Yo llevaba, un caballo, dos caballos, la mula, el burro… Y una de las yeguas llevaba un potrillo, y el potrillo también. O sea, se murió la mula y el potrillo. Y yo te digo que a medida que fue amaneciendo empezamos a ver que había tirado otro por allá, que había estado inconsciente un rato, y cuando logramos juntarnos faltaba uno. El Rucio. Claudio Molina Donoso, conocido como el Rucio. Y lo lloramos y todo. Hicimos un homenaje, se nos murió el Rucio. Murió y todo, se nos murió. Pero aparece como tres horas después, cuando ya aclara completo. El siguió, cuando cayó, el siguió. Incluso nos sobrepasó. Y después estaba tan cansado que se acostó, se durmió. Y es por eso que nosotros después lo alcanzamos, porque él estaba tan agotado que lo pillamos en el camino.”
Víctor empieza a pensar que no están solos en el camino. Y no hablamos de policías. No les persiguen. Más bien, alguien les está acompañando.
Víctor: “Porque era extraño, todos veíamos una luz. Y después supimos que esa pequeña luz era el chico que estaba en el caballo, que encendía él un encendedor. Entonces él siguió una luz, pero una luz en las montañas puede ser una luz a diez metros como puede ser a… Y yo estoy seguro de que esa luz de un mechero, de un encendedor, no era eso. ¿Qué luz era? No me preguntes. Pero todos después de que rodamos, seguimos un poco esa luz.»
Almudena: «¿Y cómo interpretas lo de la luz?»
Víctor: «No sé, ahí yo sufro grandes, porque todavía… Previo a eso, es decir, la noche anterior, cuando se cerró completamente, eso cerró y empezó a nevar, llegó un momento que el abuelo dice ‘vamos a acampar aquí, pero debo ser honesto que ya no vemos. Y conozco esto como la palma de mi mano, pero ya no veo el sendero, hay que esperar.’ Y entonces yo le pregunto y le digo ‘y cuánto habría que esperar’. No sé, dice, por lo menos unos ocho meses. Digo, ¿qué? Sí, porque si empezó a nevar, ya nos quedamos aquí. Y yo le digo no me jodas, estás… Dice, estoy hablando en serio. Todo muy serio, hay que buscar un buen refugio. ¿Y qué vamos a comer? (Risa). La preocupación del ser humano. Y dice ‘yo creo que es la menor de mis preocupaciones’. (Risas).”
Víctor: “Entonces, él prendió su fueguito, que lo prendía con una facilidad que nosotros intentábamos, y pasábamos una hora, y él lo encendía inmediatamente… Y nos cuenta una… Nos cuenta una leyenda que se llama, es muy conocida sobre todo en Argentina, se llama la leyenda de la Difunta Correa. Y nos cuenta la historia. Dice, sí, la Difunta Correa es muy milagrosa. A la Difunta Correa cuando uno le pide una manda, hay que cumplirle, porque si no la Difunta Correa nos va a mandar. Y nos empieza a contar que la Difunta Correa era una mujer que en la guerra del Chaco, en mil ochocientos y tanto, ella recorre el desierto buscando a su marido, y muere en el desierto. Pero ella llevaba un niño, un bebé, y ella muere pero cuando la encuentran diez o quince días después, ya no me acuerdo de la leyenda, el bebé está vivo amamantándose del cuerpo de su madre. Entonces era la Difunta Correa, que era el milagro inicial, digamos, que su hijo estaba vivo cuando ella estaba muerta hace mucho tiempo. Y nos mira y dice ‘pero yo sé que ustedes…’, y yo le digo ‘abuelo, está mala la cosa, porque aquí… Esto es un club de ateos’ (Risas). ¿Cómo planteo esto?»
Almudena: «¿Cómo pedirle algo a la Difunta Correa?»
Víctor: «Me dice, oiga, yo se lo estoy diciendo a Usted porque Usted me ha dicho que Usted es bautizado. Sí, le digo yo, sí. Pero yo no sabía que me iban a bautizar porque si no yo me hubiese negado. Entonces me dice, pero esto es muy fuerte, si Usted los convence…»
Almudena: «En un rato (Risas)»
Víctor: «Bueno, es increíble el ser humano. Ocho meses era más que la muerte asegurada. Era como decir, ‘bueno, vamos a hacer aquí como los perdidos de los Andes que se comieron entre ellos…’. Entonces yo planteo y digo ‘bueno, aquí las posibilidades que se abren son hacer la de los uruguayos, pero aquí todavía no hay ningún muerto. O tiramos una pajita cada uno, lo matamos inmediatamente para que esté calentito, es la única forma.’ No jodas… Y lo otro es prenderle, pedirle una manda a la Difunta Correa. Quién es esa señora, me grita uno. ‘Si se encomiendan a la Difunta Correa, va a haber que ir a ponerle una vela. Eso es todo.’ Hubo uno que dijo, ‘yo las únicas velas que prendo son las de los explosivos’, porque los explosivos tienen forma de vela. Nadie se rio, así que yo dije que esto ya iba en serio… Yo dije, ‘ya fuimos una vez seminaristas, aprendimos a persignarnos, aprendimos a alabar al Señor, y yo creo que es el momento de alabar a la Difunta Correa, no queda otra’.”
Víctor: «Hubo uno que me miró y dijo ‘estás hablando en serio’. Sí, dije, yo soy capaz de ponerle veinte velas a la Difunta Correa. Y el abuelo se retiró, yo no vi lo que hizo, de verdad. Me imagino que, yo no sé rezar, no… Y volvió y me dijo ‘está OK’, me dijo. Hay que dormir, porque algo va a hacer la Difunta Correa. Nevaba, nos tapamos con un plástico que llevamos. Nos tapamos… Eso son las, no sé, medianoche. Nieva como en Navidad en el Polo Norte. Nevaba, nevaba, nevaba, nevaba. Y yo de pronto me despiertan, porque siempre había alguien que estaba de guardia, y me despiertan. Debía haber sido como a las 3 y media o 4 de la mañana. Yo me levanto el plástico y veo estrellas. Veo el cielo estrellado. Y ahí el abuelo llega porque él estaba durmiendo y dice ‘vamos, vamos arriba, esto es la Difunta Correa, nos abrió la ventana’.”
Almudena: “¿Y cuál es tu lectura, crees que hubo algún milagro de la Difunta Correa?”
Víctor: «Bfff… Yo creo que sí.”
El grupo continúa caminando. Beben agua de los riachuelos que van encontrando, y piden comida en algunas casas y refugios de la zona.
Pero no es suficiente. Los guerrilleros van perdiendo peso día a día y eso hace que se sientan más débiles. Y el retraso es cada vez mayor, lo que aumenta el riesgo de que las personas que les esperan en Argentina se acaben marchando del punto de encuentro.
Víctor: “Y lo simpático es que llega un momento en que el abuelo nos dice ‘lo siento, yo os tengo que dejar solos, porque mañana si yo no llego, se va la gente que los tiene que recuperar a ustedes’. ¿Y cómo lo hacemos? ‘Sigan al burro’.”
Víctor: “Todos nos miramos. ¿Cómo es eso, abuelo? ‘Sigan al burro. El burro sabe dónde vive y… Síganlo. No estamos muy lejos’. Vale. Y se fue, a caballo él, apuró el tranco y se fue yo creo que con el segundo que él tenía porque nos quedamos siguiendo al burro. Y el burro llevaba un paso desenfrenado porque tenía un hambre el burro… Y nosotros siguiendo al burro. En un desfiladero de estos de montaña, de cordillera.»
Almudena: «Mirabas abajo y…»
Víctor: «Mirabas abajo y lo que no quería… Buah, la caída del inglés, y mirabas y había una cruz de piedra abajo. Se había matado un inglés. Garganta del diablo. Porque se escuchaba como unos sonidos… Seguimos caminando y siguiendo a ese burro. Que subía una montaña y nosotros todos detrás. Y llegaba lo que nosotros denominábamos la vanguardia y gritaba hacia abajo ‘el puto burro está comiendo’. Y el burro seguía, volvía a bajar, a bajar, a bajar esa interminable montaña, y nosotros todos detrás del burro. Seguía caminando el burro, volvía a subir el burro, y como nos habían dicho ‘sigan al burro’, volvíamos a subir siguiendo al burro. Así nos tuvo hasta que empezó a llegar la noche. Y hubo que cazar al burro, porque el burro iba de noche, el burro conocía el camino, nosotros no. Te puedes imaginar coger a un burro en la montaña. Que la soga que tenía era un metro, que le colgaba así, una soguita. Ahí quemamos nuestras últimas fuerzas, porque había que adelantar al burro a paso forzado, casi corriendo. Cuando el burro subía, tenían que seguir adelante calculando la bajada que iba a hacer el burro, para agarrarlo. Lo conseguimos después de mucho batallar. De tirarnos al cuello del burro, de agarrarle la cola… Entonces había uno que dormía con la mano colgando del burro para que el burro no se fuera. Era así. Y esperar el amanecer para así soltar al burro.”
Los doce días de camino empiezan a hacer mella en el grupo. Tanto mentalmente…
Víctor: “Además veíamos gendarmes argentinos por todos lados, les hacíamos emboscadas, nos tirábamos durante una hora…”
Como físicamente.
Víctor: “No te digo el sufrimiento de tener ganas de ir al baño y no poder hacerlo. Tener ganas de defecarte en ti mismo y caminar con esa sensación no un día, sino seis días o siete días. El grado de locura llegó que uno se metió el cañón, se iba a meter un tiro en el… Te puedes imaginar esa sensación.»
Almudena: «¿Un tiro en el culo?»
Víctor: «Efectiv…(Risa) No lo quise decir así.”
Frío, hambre, cansancio, alucinaciones, problemas de salud y trece días de travesía. El grupo está al límite.
Víctor: “Pero bueno, finalmente el burro nos llevó… Nos llevó a buen recaudo. Además lo simpático es que nosotros, estaban estos hermanos en dos camionetas. Nos subimos y el burro se fue solo. El burro llegó a la casa antes que nosotros. Él conocía el lugar donde vivía.”
Como agradecimiento, el grupo le regala al abuelo lo único que tienen de cierto valor: Un arma. Y aún queda un detalle pendiente por cumplir, para agradecer que han llegado vivos.
Víctor: “Y yo sigo ahí con eso, ‘bueno ahora nos vamos y hay que ir a dejarle las velas a la Difunta Correa’. MI hermano que venía de Buenos Aires a buscarnos me miraba y me dijo ‘yo creo que tú estás delirando’. Dije no, yo no me voy de aquí si no… Salió el lado (risas) religioso completo de cumplir las mandas. Pero ahí sí yo sentía un deber, y yo dije ‘tú no estuviste ahí, tú no viste lo que nosotros hemos visto’. Y lo único que logramos fue convencer al abuelo de que uno de los que había cruzado, que formaba parte de este grupo de baquianos, y él podía ir en nombre de nosotros. Él podía hacerlo, y tenía que poner las diez velas de los que habíamos estado ahí arriba.»
Almudena: «¿Y desde entonces tú sigues creyendo en la Difunta Correa, te ha ayudado en alguna otra ocasión?»
Víctor: «Aunque te parezca loco, en mi bolsillo tengo… Porque el hermano fue y cuando él ponía una vela le daban una especie de triangulito, una fotito de la Difunta Correa, y la tengo en mi bolsillo.»
Almudena: «¿Aquí?»
Víctor: «Aquí.»
Almudena: «Enséñamela. ¿Y qué dice la oración, dice algo no?”
Víctor: “Madre del que sufre, madre del que llora, bendita sea por siempre bajo la protección divina.” Lo que vi ahí no lo puedo describir. Encima diría un marxista leninista no puede creer en eso. No sé si a estas alturas me puedo seguir considerando marxista leninista con todas las cosas raras que he visto en mi vida (risas)”.
Víctor ya está en Argentina. Una vez más en el exilio.
Mientras tanto, Chile camina hacia la democracia. En Diciembre de 1989 se celebran las primeras elecciones presidenciales, ganadas por el demócrata cristiano Patricio Aylwin.
Patricio Aylwin: “Yo les prometo entregar todas mis energías, toda mi capacidad, a tratar de cumplir con los anhelos de reconstruir en nuestra patria una democracia verdadera en que haya no sólo libertad, sino también justicia y solidaridad.”
El fin de la dictadura plantea una duda existencial en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. ¿Tiene sentido seguir activos si Chile ya tiene un futuro democrático?
Víctor: “Y lógico que hay una discusión política al interior de lo que es la dirección de la organización. En lo que es ingresando a Santiago, ya me doy cuenta de que ya nos estamos moviendo solamente por lugares muy alejados de lo que es el pueblo. Y eso me empieza a crear bastantes problemas no sé, de conciencia.”
Almudena: «O sea, ¿tú quieres dejar la organización ya?»
Víctor: “Todavía no”.
Todavía no, pero la semilla de la duda ya está plantada.
Víctor: “Pero en ese momento había que… Democracia, entre comillas, pero era democracia. La gente ha optado, hay un parlamento y… Y yo creo que para una organización político-miliar es muy duro asumir cuando uno empieza a sobrar.”
Durante este tiempo y tras aquel atentado fallido contra el fiscal Torres Silva, Tarzán sigue activo. Ha pasado por Argentina, Cuba y Panamá, y de vuelta en Chile comienza a tener las mismas dudas que Víctor.
Tarzán: “Ha habido un cambio de dirección, el cambio de dirección desde mi punto de vista no me gusta, pero tampoco lo utilizo como excusa y me focalizo en mis subordinados, que son dos. Nuestro trabajo era en el sur, a 800 kilómetros, no sé la distancia exactamente. Y digamos, me despido de ellos. Van a la estación de autobuses para llegar al lugar pero ellos deciden hacer una escala en medio que yo no sé por qué, por los horarios, por lo que sea, y ahí entran unos policías de paisano, les piden la documentación, y ahí se lía la marimorena. Ellos se lían a tiros con los policías y eran un montón. Se baten pero caen. Los dos caen. Me quedo sin subordinados. Y en el momento en que me quedo sin subordinados y no me gusta la dirección, me voy. Sin avisar. Sin avisar, no digo nada. (Risas) Siempre he pensado eso, que cuando no tenga solución, no…”.
Y Víctor sigue el mismo camino que Tarzán.
Almudena: “¿Y qué haces entonces, dejas la organización definitivamente?”
Víctor: “En Julio del 92, y cuando habían expectativas, producto de que una de las salidas era ubicar a gente que había estado presa. Francia en ese momento estaba dando la posibilidad a gente que se había fugado, era el único país que quería recibir. Estaba dando visas. Y de un día para otro, cuando decidí partir de cero nuevamente, di el paso y me presenté con otro hermano en el Consulado de Buenos Aires y… Y salimos bajo la protección de ACNUR de Buenos Aires. Y llegamos acá el 13 de Agosto del 92.”
La lucha armada de Víctor ha terminado. Pero su padre, Víctor Manuel Díaz López, el Chino Díaz, sigue desaparecido. Sin noticias de él desde Mayo de 1976. Han pasado dieciséis años.
Almudena: “Y tu mamá y tus hermanas estaban, cuando tú te vienes, ellas estaban todavía buscando a tu padre. ¿Cómo es ese…?”
Víctor: “Sí, ellas nunca dejaron, nunca dejaron de buscarlo.”
Almudena: “Y… ¿Y cuándo vuelves a saber de tu hermano? ¿Ya cuando ha pasado, cruza la Cordillera de los Andes?”
Vicky: «Eso después nos contó él. El mayor de los… El mayor cariño, el mayor respeto a mi hermano. Pudimos haber tenido ideológicamente esos desencuentros, pero siempre mi hermano, el hermano querido. Está vivo, después de tanto tiempo que luchó.”
Almudena: “Y cuando llegó a Francia al final, ya era como respirasteis un poco”
Vicky: «Sí, por supuesto, por supuesto.”
Almudena: “O sea, tú cuando te viniste, ellas todavía no sabían que había sido de su padre”.
Víctor: “No. No, no, y mi madre muere sin saber la verdad. Mi madre muere en el año 97, en Julio, el 12 de Julio del 97, sin saber, sin conocer la verdad. Es decir, siempre se ha sabido que existía un pacto de silencio que luego se transformó en pacto de caballeros entre los partidos tanto de la izquierda como de la derecha tradicional en que no se iba a juzgar a Pinochet… Hicieron todas esas componendas que llevaron a esa mal llamada transición…”
Víctor: “Vamos a ser honestos, a partir de 2002, 2003 crean este grupo que se llama el Departamento Quinto, y que empiezan a investigar casos de Derechos Humanos. Y estaba puesta una que se llama el Caso Conferencia 1 y 2. Es el título legal que le pusieron, y que es por cinco personas que caen detenidas el 4 y 5 de Mayo del 76, en una casa, ratonera que hizo la Policía Secreta. Y como mi padre era como el jefe de ellos, cae seis días después o una semana después, interponen la querella y la unen. Había muchos testigos, es decir, empezaron a investigar, a investigar, a investigar, y empiezan a cumplir su rol este equipo de jóvenes. Y empiezan a encontrar antiguos esbirros, que no tienen otro nombre, y los empiezan a confrontar: ‘bueno, usted está nombrado aquí, usted usaba este nombre de guerra, este era su nombre falso, y usted aparece vinculado a la detención de Mario Zamorano, que fue herido en la Calle Conferencia”. Todo el mundo negaba, todo el mundo, pero empiezan a… ‘Y usted aparece también nombrado en la detención de Víctor Manuel Díaz López, el 12 de Mayo del 76’, empiezan…. Y empiezan a presionar a algunos, y de repente hay uno que cede, después de tantos años, y dice ‘no no, yo no lo maté. Yo no maté al Chino Díaz.’ Entonces le preguntan quién fue. Y el tipo dice “no no, el que lo mató yo creo que fue Jorge Vargas”. Y resulta ser que tal Jorge Vargas no existía. Existía Jorgelino Vargas. Y la policía lo detiene, llegan a él y le dicen ‘bueno, estás acusado de la muerte de Víctor Manuel Díaz López’. Se puso como a llorar y dice ‘yo jamás hubiera podido matar a… A Don Víctor. Dice, si yo la edad que tengo… Yo en esa época tenía 17 años. Y yo servía los cafés, yo barría la sangre, yo vi cuando mataron al Chino’. Y la particularidad de este muchacho es que tenía una memoria prodigiosa. Se conocía los alias, es decir se conocía los nombres falsos con los que actuaban, se conocía los nombres reales que tenían. Por eso, como él dice ‘yo voy a hablar todo, porque no cumplieron su parte y más aún me están acusando de que yo soy un asesino, yo yo no soy un asesino.”
Ahí lo tenemos. Es el testigo clave para conocer toda la verdad. Jorgelino. El Mocito.
Jorgelino: “Ese soy yo. Cuénteme”.
Y me he ido hasta Chile para encontrarlo y para hablar con él.
El Guerrillero, un podcast de Almudena Ariza y Yes We Cast.
Investigación y locución: Almudena Ariza.
Guión: Francisco Izuzquiza.
Diseño sonoro: Alberto Espinosa.
Verificación de datos: Rodolfo Ibarra.
Sintonía del podcast: David Burgos y Luciano Branca.
Identidad gráfica: Rubén Galgo.
Locuciones: Carlos Serrano.